El 1 de agosto de 1914 Ernest Shackleton partía hacia la Antartida.
¿El objetivo? atravesar el continente de hielo. Quiso el destino
que esta aventura fuera recordada como una de las mayores gestas de
supervivencia de la historia de las exploraciones donde Shackleton,
su tripulación y su barco, el Endurance quedaron inmortalizados.
Pero me estoy adelantando, realicemos un viaje a principios del siglo
XX donde la vela aún era importante y la navegación
era de verdad un arte.
En esta época los sistemas de posicionamiento global en los
que apretando un botón sabes donde te encuentras, eran pura
ficción. Realmente la navegación era cosa de seres humanos.
Sólo un conocimiento profundo de astronomía posicional
te decía donde estabas y eso era cuestión de vida o
muerte.
El Endurance quedo bloqueado en el hielo el 15 de Enero de 1915, sirvió
de refugio a su tripulación hasta el 21 de noviembre cuando
la presión de la banquisa lo destroza. Imaginémonos
el espectáculo. En pleno continente helado, sin posibilidad
de ayuda de ningún tipo, sin barco, sin comunicación,
solos.
Los botes salvavidas, las provisiones, los perros y la caza de pingüinos
y focas es lo único que tenían alejados sobremanera
de la isla habitada más próxima. Pero Shackleton no
era un Scott cualquiera. Sabía manejar la situación.
Arrastraron los trineos hasta mar abierto, mejor dicho, cuando la
banquisa cedió bajo sus pies, se vieron sin posibilidad de
elección, navegar o navegar y navegaron.
Entre icebergs, ventiscas y tormentas llegaron a Isla Elefante, un
paraje desolador pero dentro de lo malo tierra firme. Esta tierra
evitaría que murieran ahogados pero la Antartida guarda formas
muy sofisticadas de muerte, no era la solución.
Había que salir de allí. Shackleton escogió la
tripulación y mejoró un poco el bote más apto,
el James Caird. El lugar más próximo con ayuda era Georgia
del Sur a 650 millas náuticas de allí, una verdadera
locura y Shackleton hizo el loco.
Imaginemos la situación, navegar 650 millas hacia una isla
el mar más tormentoso y frío del planeta, nuboso y azotado
por vientos huracanados, un mar sin piedad en un bote de madera. Contaba
con una baza a su favor. Su segundo Frank Worsley era un navegante
fuera de serie. El mejor equipo que podía tenerse. Con todas
las probabilidades en contra, la navegación imposible les salvó
la vida.
La Tierra 4.200 millones de años atrás era un hervidero,
inmensos meteoritos chocaban contra ella atraídos por una gravedad
creciente. La superficie era un horno inmenso, arrasando cualquier
forma orgánica de la superficie, pero al parecer la vida se
había instalado y se aferraba a si misma. Las proteínas
se desnaturalizan a unos 150 grados centígrados y la temperatura
era muy superior. ¿Donde se gestó nuestra supervivencia?
El interior del planeta entre uno y tres kilómetros de profundidad
supuso nuestra salvación. Los organismos que ya vivían
allí o los que por el azar del destino fueron arrastrados a
esas profundidades sobrevivieron al holocausto. La profundidad nos
protegió paradójicamente del infierno y el infierno
estaba arriba, no abajo.
Historias de supervivencia verdaderamente asombrosas. Microorganismos
que después de estar encerrados 250 millones de años
en sal y seres vivos en el vacío extremo de la superficie de
la Luna, depositados voluntaria o involuntariamente en la sonda de
exploración Surveyor 3 pueden mantenerse en estado latente.
La evolución construye con lo pequeño. Lo pequeño
dura.
Cuando esto, aunque real pueda parecer imposible, el cosmos nos da
otra vuelta de tuerca, el más difícil todavía.
Las particularidades de la vida bacteriana las hacen idóneas
para la colonización, el viaje más fantástico,
el salto de un planeta a otro. En nuestro sistema está probado
que rocas de Marte hicieron el periplo hasta el mundo azul. Lo que
resulta increíble es que parece probado que los microorganismos
pueden sobrevivir al impacto que los eyecta del planeta, al tránsito
por el vacío espacial y a la reentrada en nuestro mundo.
En este siglo descubriremos si hay vida en el planeta rojo, si la
hay, veremos si tenemos algo de Marte en nosotros. Tanto si la hay
como si no, las respuestas serán fascinantes. Y todo porque
los pilares básicos son espléndidos navegantes y extraordinariamente
resistentes.
Nuestros protagonistas son las bacterias. Gracias a ellas, la vida
se hizo permanente en el planeta que exhibe la vida como su emblema
en el cosmos, la bandera del Planeta Tierra debería ser la
doble hélice. ADN que fue preservado para las generaciones
futuras. Así que ¡Un poquito de respeto! ¡Para
los marinos y para las bacterias!